7 de noviembre de 2005

El paisaje, cuarta parte de "Los nuevos sustantivos"

Hay un fondo para todo. Hay un escenario en que se dan las cosas. Hay un articulado espacio-tiempo en que lo cotidiano se desarrolla, en que alguien dice algo, o en que alguien realiza algo.
Así como las teorías no andan por la calle, y así como los hechos humanos no pasan por sí solos, así también todo eso ocurre (sucesiva o simultáneamente) en un lugar común. A mí me gusta nombrarlo paisaje, quizá porque tengo una secreta vocación de ecologista, pero por sobre todo, porque es una buena alternativa a la palabra "país" tan manoseada y archi-contra-argumentada por representantes, ministros, parlamentarios, empresarios, corporativos, abogados, personeros, jefes subrrogantes y demases.
El paisaje siempre estuvo ahí. Siempre está. Estará en lo que viene. Mudo, testigo silencioso de nuestros movimientos o inacciones. El paisaje es sabio, sabe lo que requiere para mantenerse o ser agradable, sabe acomodarse a las inclemencias de nuestro descuido o nuestra preocupación y se disfraza de sitio eriazo o fértil bosque. Es un camaleón que dicta reglas incuestionables: un cerro, un río, un curso de agua, un desnivel, etc. Está vivo, desde antes de nosotros. Y nuestra labor más responsable sería adaptarnos a él. Eso es evolución. Por esa capacidad es que llegamos a ser los primates que somos en la actualidad.
Pero por estos días, hay quienes creen (no sé si buena o malamente) que el paisaje debe adaptarse al ser humano, como en una suerte de "flojera evolutiva". Y comparto lo que decía a ese respecto un psicólogo (un "cabroncete de los cojones"): no sabemos a dónde nos llevarán todas las posibilidades de la tecnología actual, en especial aquellas que nos permiten pasar por encima de casi toda barrera natural que tenemos como seres biológicos.
Personalmente tengo muchísimas reservas acerca de la transformación del paisaje. No quiero volver a la Era Preindustrial ni a la Edad Media, ni quemar ordenadores, ni pisotear celulares o palms, ni dispararle a las luces de la ciudad, ni sabotear industrias (aunque como fantasía pueda ser bastante divertido...). Pero sí me encantaría tener la sabiduría de aquellos hombres y mujeres que sabían convivir con su paisaje pensando en las necesidades humanas, no en las necesidades corporativas o de entidades abstractas que pretenden autoperpetuarse (estoy hablando de todas aquellas instancias en donde aparecen personas que instrumentalizan el orden para conseguir poder o dinero: Gobierno, Ciencia, Religión, etc.)
Todo esto para decir que, cuando escuchen a uno de los tantos representantes, ministros, parlamentarios, empresarios, corporativos, abogados, personeros, jefes subrrogantes y demases, hablar de el "país" jamás se estarán referiendo a la geografía particular que escoge un grupo humano para con-vivir y realizar su vida, sino que instrumentalizan la geografía para referirse a los que en ese espacio viven y terminan apropiándose de su voz para hablar finalmente nada más que a título personal. Buscando perpetuar el poder que tienen o buscando algún beneficio económico. O ambas.
En síntesis: toda esta fauna que menciono (y muchos otros más) niega el paisaje en sus discursos, pretendiendo que lo que más (les) interesa es/son los que en ese espacio viven.
¿Y a qué costo? Bueno, los huracanes recientes son un buen ejemplo del costo que estamos asumiendo por negar el paisaje. Hay estudios tremendamente serios que afirman que la intensidad de estas tragedias recientes se relaciona con el fenómeno del calentamiento global. Y para no ponernos tan globales: ya sucedió en nuestro país con los cisnes de la Décima Región, y sucedió con las represas en el Alto Bío-Bío, y sucederá con Pascua Lama si las cosas siguen tal cual...
¿Sugerencias? Bueno, volcarnos al paisaje. Preocuparnos acerca de lo que ocurre en él. ¿Un ejemplo de algo que hacer al respecto? Podríamos empezar por enterarnos de lo que sucederá con el Parque Pedro del Río y Zañartu, en donde algunas hectáreas están siendo (o ya fueron) traspasadas a privados para proyectos inmobiliarios.
Y por qué no, mirar más lo que nos rodea, hacernos país en el lugar de donde somos, porque nuestra condición de ciudadanos es en gran medida inseparable de nuestra condición de paisanos, o sea, de habitantes del hermoso paisaje en que nos toca vivir.

Saludos desde el paisaje.

Ricardo I.

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