25 de diciembre de 2009

Sueño de Navidad

Sueño que es de noche, que estoy solo otra vez. Que estuve solo tantas navidades, pero que realmente no pude estarlo: había personas importantes siempre contándome las maravillas del universo.

En aquellos años, mi madre allí hasta el cansancio; mi padre paciente y a la espera. Mis hermanas sabiendo siempre, a puras miradas, que la navidad era todo y era mucho más que los presentes bajo el árbol. Mi tío, apoyando en el misterio de la sonrisa, para inquietarnos con la prosperidad de estar reunidos. ¿Realmente estaba bien ser felices con casi nada?
Sueño que nunca estuve solo. Que ahora tampoco puedo estarlo. Que la sensación es distinta, y que las bendiciones se hacen carne. Que la lección es sencilla: todos hijos, todos iguales, todos eternos, todos valemos tanto como cada gota de universo.

Y el tiempo nos fue ayudando. Mi madre, en su cansancio, sigue allí, presente y ausente, con la mirada y la palabra puesta en los detalles; mi padre y su paciencia silenciosamente dueña de la situación. Mi hermana menor en Santiago, feliz y extrañando, sabiéndose lejos y sabiendo que no importa, sabiendo de esa otra cercanía del corazón. Mi hermana mayor, entrando en un nuevo lugar, el recinto de lanzarse al futuro. Mi tío sabiendo todo, riendo en la claridad, mareándose de carcajadas y de agudas respuestas para ganarle a las lóbregas sorpresas de la vida. Realmente felices, a su manera y en su rincón, y quizá tanto más que siempre.
Sueño que en la continuación de la vida, daré en herencia esta duda permanente. Que sabré dirimir en el misterio de los hijos, cuánto es casualidad y cuánto es destino, y que el futuro será despertar a lo increíble, a la fortuna de quemarme en el fuego negro: el regalo inefable que me otorga el universo.

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