26 de marzo de 2010

Venir a Concepción

Llegar a mi ciudad es una aventura en muchos sentidos. No más arribar desde la carretera que pretende ir al sur, el viajante puede decidir entre el pasado y el presente. El hecho de llegar a un punto del camino a minutos de Penco y a minutos de Concepción es como mirar el tiempo de perfil, hacia un pasado de inundaciones y guerras o hacia este presente resquebrajado que somos ahora. Porque esta ciudad ya tuvo una minga a cuestas, cuando su lugar estaba junto al mar y otro terremoto le hizo repensarse y situarse junto al Cerro Caracol y de espaldas al Río Bío Bío.

Venir a Concepción es más que concebir una ciudad diezmada o desprendida de sus bases. Acá entornamos los ojos al visitante y terminamos por arrastrar el orgullo. "¿Sabías que la mitad de Chile está aquí, en Playa Blanca? ¿Sabías que el caldillo de camarones es quizá el plato más típico de nuestra zona? ¿Sabías que nuestra Plaza es de la Independencia, no de Armas? ¿Sabías que el puente sobre el río es el más largo en Sudamérica? ¿Sabías que estamos de espaldas al río porque éramos la última frontera antes de Arauco? ¿Sabías...?"

Tantas y tantas historias tenemos por contar. Algunas míticas fluctuaciones entre la historia real y lo que nos contaron nuestros padres y abuelos. Y sin quererlo, también evocamos las personales historias repartidas en la urbe.
Allí los besos y más allá abrazos tendidos. Amo mis recuerdos en las calles de Concepción: por allí la niebla, o las calles desiertas en momentos cómplices, o la desilusión en una acera brillante. Siempre las hojas, antes y después y más lejos que el otoño. Todos los recuerdos esparcidos en los senderos, y todos los soles que han sabido cubrirme o tenderme la mano. Toda, toda la lluvia, y las lunas exactas. El pasto tierno del multiverso, la promesa de la aurora, la negrura y la bohemia de un barrio estacionado, un rincón para terminar la noche y el regreso al hogar justo antes de la hora más oscura.

Y luego hablamos de nuestra música, de nuestro rock (de Bill Haley y sus Cometas, del nuevo estilo de baile, de Los Tres) y de nuestra cercanía al arte, a la crítica, a la independencia del pensamiento. Otra vez el orgullo, por ejemplo, ante La Radio que es nuestra y que jamás nos abandona. Y si nos preguntan explicamos todo, con toda la sinceridad que tenemos a mano, describiendo las cosas más recientes y las que se pierden en la memoria.

Cuando el visitante nos deja, el ejercicio que hacemos es tan bello como nostálgico: nuestra mente debe venir otra vez a Concepción, regresar desde la ciudad que nos dibujamos durante toda la vida para confrontarnos a la ciudad real, la que yace entre nuestros pasos cansados. Bello ejercicio le llamo porque, sin más que los recuerdos, nos asignamos el deber de entretejer la novedad a cada piedra rota, a cada madera desnuda, a cada callejón y arboleda.
Sigo en mi devenir. Concepción sigue latiendo. Veo a las personas y veo mis manos. Veo las palabras que ahora mismo escribo y veo de nuevo la locura de volar. Ese presagio es todo cuanto tengo para recuperar los sueños.

(Créditos a Yami-Katori por la imagen en mi Polaroid)

18 de marzo de 2010

..., para hacer vivir al corazón.

Cuando todas las cosas se armaron, las personas usaron las manos y los tiernos simples elementos: madera, agua, sorpresa, arena y sonrisas. Allí supieron que lo que hacían era una excusa provisoria, una suerte de tregua con el tiempo para la ilusión, y guardaron ese secreto pequeño en los entresijos.
El tiempo aglomeró su paso sobre las construcciones, y vinieron otros hombres y otras mujeres. Colmaron su vida de la ilusión de los antepasados y creyeron que la materia bastaba para la felicidad. Sin embargo, la Tierra quiso otra vez moverse a su albedrío. Y ahí de pronto asomó nuestra condición estelar en medio de este planeta perdido. Y sin más inmensidad que los escombros del pasado, las heridas abrieron la esperanza: ahí yace la madera, aquí el agua fue y volvió a su incontenible suceder, más allá la sorpresa nos enfrentó al abismo, y aunque nerviosos, nos atrevimos a sonreír entre las lágrimas.
Siguen allí los elementos. Armarlos de nuevo, saber que el tiempo volverá a destruir nuestros frutos es la única certeza que nos queda. La esperanza entonces nos alienta a encontrar las manos de otros en el trecho que nos resta. Y apretarlas para hacer vivir al corazón.

9 de marzo de 2010

Elecciones en Chile II: antes de la realidad

Mañana jueves, día once de marzo, comienza la realidad consumada de las elecciones. Entre el periodo de votación y el ascenso real al poder del candidato ganador, la nación se encuentra en una especie de limbo lleno de suspicacias, rumores, dimes y diretes.
Y resulta que en mitad de ese limbo, la Tierra también expresó su opinión. Lejos de tratarse de una alerta geológica solamente, mi país se desnudó de manera repentina, dejando en claro que la realidad que se nos avecina no es más que la continuación de todo, el fin del limbo y entresueño. El terremoto que borró habitantes y paisaje nos hizo mirar la imagen que dejamos en el espejo y que se nos devuelve con sinceridad brutal. Sub-desarrollo y la lógica del "ganador", la competencia en su versión más triste y la omnipresente moral distorsionada del hurto y la ocasión.
Un video ampliamente difundido muestra a una persona robando un montacargas. Acto seguido se justifica: "Estaba bota'o...". La misma lógica que subyace a construir mal un edificio y luego aducir "Nadie me fiscalizó...". Y también la misma que utilizarán los bancos y multitiendas cuando cobren intereses irrisorios y digan "Es lo que permite la ley..."
Los precios inundaron Chile y reemplazaron a los valores, que a su vez se transtocaron en abstracciones decadentes dadas por cierta religiosidad mustia y semi-militar.
Quiero creer que hubo un tiempo en que los valores estaban ligados a los hechos, y tal vez eran lo mismo después de todo. Hacer las cosas bien no significaba eficacia o efectividad, sólo se trataba de hacer las cosas con amor. Respetar a los demás no era respeto y civilidad, sino respetar y hacerlo con intención..., y así sucesivamente.
Supongo que a partir de mañana sólo habremos de rendirnos ante la nueva lista de precios. Yo me quedo en la Abadía

Ricardo I.

6 de marzo de 2010

Tierra (que suelo llamar Concepción)

Al parecer, mi tierra es todo lo que tengo. Los aromas y la sensación de que mi paisaje me provee la mitad de quien soy es ahora patente y concreta. Puedo respirar el aire de ser una especie de extranjero, y puedo vivir simulando ignorar la extrañeza. Pero mi vida y mi canto improvisado están amarrados a un río, a la secreta esperanza de pasar de nuevo una tarde por las lluvias que me vieron nacer imaginando que casi nada ha pasado.
Por eso escribo con el alma en un hilo, pendiente de la energía que respira, sabiendo que la aparente violencia no es tal, y que somos nosotros los que vivimos engañados como si la muerte no existiera. Esta Tierra y la Tierra entera vive en la muerte y multiplica la vida en los cuerpos que yacen, recordados u olvidados, porque nuestro pasar es casi nada ante la edad inmensa de las estrellas.
Ese extracto de la Tierra, que suelo llamar Concepción, vive en mí. Jamás será derrumbado en mi corazón.

Rabia

Tengo rabia. Tengo la rabia larga y la alegría del comienzo. Y lloro de ver a mi padre temer y de ver a mi madre entrever. Porque la rab...