3 de octubre de 2010

Termina una huelga. Continúan las ideas.

Esas inconfundibles y persistentes cosas que llamamos "ideas" son como fantasmas. Se enredan en las canciones, en las ideologías, en los versos, en las conversaciones de la mañana. A veces es tan terrible su repetición que hasta procuran hacerse invisibles entre nuestras palabras.
Por ejemplo: se tramó una huelga de hambre, que está más allá de la vida y de la muerte, más cerca de la moral y de la historia, lejos del acto de pensar en nutrirse. Y la huelga floreció como un grito subterráneo que con el correr de los días se impuso a los "slogans" y a las frases hechas. Recorrió más allá de las comidas furtivas entre las celebraciones de un Bicentenario que ya todos olvidaron, y se instaló como una urgencia más, una de aquellas que llevan décadas o siglos en la misma condición pero que conservan la frescura de su imperativo.

Eso pasa con las ideas: bastan para nutrir el instante en que se toma la decisión de sustentar en una renuncia la búsqueda de un objetivo. Y se imponen a los relojes.

En estos días terminó la huelga. La lucha, quién sabe (nunca he entendido muy bien las luchas). Pero sí continúan las ideas, porque se entremezclan como el código de un virus, se radican en la sangre, y por eso la sangre es tan porfiada.

Siempre he pensado que la consecuencia y la coherencia son actos angélicos, no humanos. El pueblo mapuche me enseña que no es difícil si se apela a lo sencillo: "Elmapun hizo la Tierra, Nguenemapun la gobierna... Elchen me trajo hasta aquí, y me guía Nguenechen."

Saludos

Ricardo I.

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