21 de diciembre de 2012

Sueño brevísimo

Soñé que estaba perdido entre postales y libros. Mi sueño estaba lleno de paredes y paisajes, de muros sin retornos, de quemante seguridad en el bienestar del día siguiente y de la plausible y llana confianza en el futuro. Pero mis horas se perdían y despedazaban colina abajo, y los minutos desprendidos saltaban atiborrando el momento. Así, con fría gravedad, pasó que el tiempo en harapos interrumpió mi calma y mi aliento palideció. El oro del tiempo destiló sus estertores y anocheció de pronto, y el río creció y se difuminó. Las hojas estallaron en verde antes del verde. Mis ojos se abrieron de pronto. Era el viento. Era el día. Era la noción más profunda de haber soñado por un brevísimo lapso de tiempo.

12 de agosto de 2012

Y así de pronto, en hora cualquiera, espejos que no son tales devuelven la mirada.

Ocio Olímpico

Los primeros días de agosto trajeron deporte del verdadero. Mi cantinela para los amigos fue que "entre más veo los JJOO, menos me gusta el fútbol" y cosas por el estilo.
Ahora me entero que ADO Chile gastó 20 mil millones en estos cuatro años, para obtener ninguna medalla. Sería facilista y estúpido decir que ese dinero hubiera alimentado a muchas personas necesitadas. Prefiero decir que me parece poquísimo dinero. Esa cifra equivale a un millón de dólares por mes para TODOS los deportistas de la delegación, y estoy seguro que para fomentar el deporte en Chile habría que gastar mucho más. Si es que a alguien le interesara, claro.
Me interesa más el ocio olímpico, que consiste en ver competencias entretenidas, que se resuelven en menos de una hora y media, y en donde se advierte a deportistas que carretean lo justo y necesario. Pero eso se acabó. Tendré que volcar mis horas a otras cosas. Veremos.

Ricardo I.

25 de junio de 2012

Una cosa, mientras tanto.

Yo soñé en arenas y en tormentas, y viví los recodos de un camino al borde de las Pirámides, sucumbiendo al engaño para no caer en una matanza siniestra. Oculto en una carpa de beduinos, calmé el llanto de un niño en noches de sangre mientras cerraba la mirada en las estrellas. Descorrí el velo de un monasterio en Padua y leí rollos escondidos, dibujando bromas en los bordes de una copia. Me salté varios días de un calendario, y en el tiempo incontable caminé riendo. Dejé que mi razón navegara en el Sena, y desterré sin culpas a un amigo en Bristol, castigando su insensatez. Desde los muelles oscuros del Río de la Plata mordí sin piedad la habilidad de una navaja. Me vi en medio de una batalla en la selva, me vi cubierto de lluvia en el trópico y sin contagiarme de fiebre, y sobreviví en un paisaje tedioso de sal y cobre. Partí (como todos lo hacen siempre) a perderme en Singapur, a Shanghai, a la Melanesia. Con una perla negra oculta en el paladar hice una fortuna no despreciable en Inglaterra.
Tuve en Marruecos una amante furtiva y de largo cabello, dos policías me persiguieron en Bavaria sin saberse nunca engañados por mis falsos pasos, y vendí poemas en una plaza de Uruguay a una muchacha judía. En un jardín de poco sol dibujé el rostro sonriente de una niña del sur de Chile.
Maldije mi suerte. Recobré mi rostro. Recorrí mi memoria.
Cuando llegó la noche, me supe en un desierto con una llama de fuego aletargando mi frente. Era el delirio y la transgresión. Era el aliento de este presente entremezclado y postmoderno. Era este hurgar de soles en la piel reseca que resta mis fuerzas. Era la certeza de encontrar alguna tarde el lugar en que saltaré al vacío.
No pido más que una cosa, mientras tanto: ilumina mi camino.

10 de junio de 2012

Fragilidad

Imagina por un momento que estamos ante una bifurcación de caminos. No hay señales en los costados, hay mucha arena en suspensión y en la radio de automóvil resuena Leonard Cohen ("Baby, I've been waiting...").
Tratas de preguntarte algo que te recuerde el pasado reciente, y el sol del atardecer no te permite evocar. Frunces el ceño y me miras diciendo "..., ¿qué me preguntaste?". Sin desconcierto, y con la total calma que otorga la seguridad de estar esperando la pregunta, saco una carta y la arrojo en tu regazo.
"¿L'Hermite?"
Guardas un rato de silencio. La arena se disipa un poco. El atardecer no quiere terminar y veo cómo en tus ojos alegres aparecen los colores del término del día o del comienzo de la muerte. "El bastón rojo lo entiendo, pero ¿esa mano azul?"
Yo no explico nada. Sólo busco un mapa mental para retroceder sobre nuestros pasos. Anhelo la bifurcación de caminos como se desea volver a leer un libro que hace sentir más intensas las gotas de la lluvia. La prudencia es un camino que se recorre a la inversa, y en cada esquina nos estalla la fragilidad, es decir, la posibilidad de quebrar toda mentira para quedarnos con la verdad en el sitio que corresponde.
Y estoy a punto de recobrar la calma cuando tomas la carta y la lanzas por la ventana. "Esta imprudencia es harina de otro costal".
Sonrío.

Ricardo I.

7 de junio de 2012

Millones y millones

Cada día son millones de personas las que se despiertan con la mirada fija en sus esperanzas, y son otros millones quienes despiertan sólo por la esperanza de los primeros.
Eso es justicia social.

Ricardo I.

15 de abril de 2012

Cada quien

Quiero la contingencia apretando el instante.
Haremos de este país un sueño el día en que el sueño deje de inundar nuestras pupilas. Lo que se vive a cada momento es más prometedor, más urgente y más tremendo que la queja que lo expresa. Y esa queja debe llevarla adelante cada quien.
Y el "cada quien" debe reemplazar a "la gente". Es el colmo que a cada retazo de libertad le siga una caravana de desilusiones para las personas que viven en este país cuando nos etiquetan como un grupo.
Somos el "cada quien" en un apretado ovillo de opiniones.
Somos todos y "cada quien".

11 de febrero de 2012

El instante vuelve a temblar

No hay un espacio claro en el que deba escribir. Pero es una especie de fiebre que anida en los dedos, que se entromete de deseos. Trasciende la meditación. El problema radica en que la escritura en sí misma no deshace al autor, procurando rearmarse en los oídos de quien lee, como un mensaje que siempre es secreto, siempre es único, siempre es musical.
Todo idioma debiera deshacerse de sí mismo. Quizá dejaríamos de agrandar el bache interno con la mente.
El instante vuelve a temblar. Las letras son eternas al leerlas, y el olvido es forma de descanso.
Cuando alguien recobra las letras de entre el polvo y la red, el instante vuelve a temblar. Goethe hizo que su viejo e insatisfecho buscara ese entresijo, aún a costa de su alma. Yo digo que signó de modo penetrante lo posmoderno.

Rabia

Tengo rabia. Tengo la rabia larga y la alegría del comienzo. Y lloro de ver a mi padre temer y de ver a mi madre entrever. Porque la rab...