Llevar un plan de escape escrito en el pensamiento es una forma de vivir. Por ejemplo: salgo cada mañana pensando que volveré a casa, que estaré en calma, que habrá ratos de ocio, que sobrarán los pasos para volver.
Hoy, tras cerrar la puerta, entendí las llaves fuera de mi bolsillo y el reloj se contrajo durante un par de segundos. No había cómo volver al departamento ya vacío. Terminé por recordar todos los planes de escape que alguna vez tracé: imaginé vidrios rotos, trozos de piel dejando entrever la sangre en mis puños, la llegada de otros al pasillo, la policía pisando fuerte y marchando a destiempo para atraparme sin saber que yo era el dueño, o que al menos eso figuraba en los papeles. Pero toda enumeración es inútil más que bella y estimulante, y tras cerrar ese espacio de mi memoria, adiviné el perfil irregular de las llaves en el bolsillo contrario.
Por ahora, nadie se entera de la usurpación. Aún soy el supuesto hermano de alguien que solía vivir allí, con otros sueños y otras ropas, pero con el mismo juego de metales que ahora tintinea en mi bolsillo.
(psycho)
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