19 de septiembre de 2019

Ni honor ni gloria

Y qué sé yo de banderas
O de honores militares
Yo crecí de vendavales
En el margen de la tierra
Donde ni mano usurera
Ni el color de la autoridad
Tuvo acaso la voluntad
De poner orden o verbo
Para eso no hubo acervo
Tampoco para la verdad

No celebro el diecinueve
No celebro su heroísmo
Su marcha me da lo mismo
Su paso mi alma no mueve
Y aunque su canto se eleve
Por las esquinas del viento
Para mí sólo es acento
De los dolores impunes
Y de heridas que reúnen
A varios en su lamento

Ni honor ni gloria a los grises
ni a los azules o negros
ni a los verdes cenicientos
Mis ojos ven cicatrices
Son órdenes de infelices
Detrás de esos uniformes
Son el brazo más deforme
De la avaricia en la sombra
Que esconde bajo la alfombra
Sangre de crimen enorme

11 de septiembre de 2019

canto que sale malo

Un canto que sale malo
como de guitarra rota
es apenas lo que brota
y de cantar mal resbalo
Antes de entonar exhalo
por la cadena y oprobio
de aquel que se sube al podio
defendiendo el sufrimiento,
que mató sin miramientos
y que sólo enciende el odio.

Yo quería un buen camino
refulgiendo en la memoria,
pero lo sembró la Historia
de furia, cardos y espinos,
de uniformes asesinos,
de botas pisando al pobre,
de sangre y dolor salobre
rompiendo el hueso y la calma,
haciendo temblar las almas
de un país hecho de cobre.

El metal fue traicionero,
la madera fue cortada,
el agua fue regalada,
y el dinero fue primero.
El silencio, con esmero,
instaló la desconfianza,
creció la desesperanza
en el campo y en urbano,
y sonreía el tirano
de tanto llenar su panza.

Y hubo quienes no sufrían
y hasta los que celebraban,
mientras las calles lloraban
por la sangre que corría.
Como decía el Mesías
"Buena ventura al que llora"
pero las madres que añoran
(esposas, hijas y hermanos)
aprietan fuerte sus manos
ante un Dios que les ignora.

Van cuarenta y seis olvidos
e intentos de negación,
de silencio sin perdón,
sin saber si hay pueblo unido.
Por los desaparecidos:
a los hijos de la ausencia
les deseo la paciencia
y el tesón que da lo cierto,
que hallen pronto a sus muertos
y descansen sus conciencias.

1 de septiembre de 2019

Salud mental y Chile como un experimento

Hace un par de días alguien me preguntó por qué la salud mental está en crisis en Chile. Mi sesgada versión de los hechos se encadena a lo que considero es el escenario más grande. No puedo describir por qué la salud mental está en problemas sin referirme a la consideración de que Chile puede (o debe) entenderse como un experimento.

Dos ingredientes iniciales y principales de este experimento nacional fueron el acallamiento de las personas (y el disenso) mediante la violencia durante la dictadura militar, y los procesos de privatización de bienes públicos a inicios de los años '80 del siglo XX.

Parto al revés: la privatización supuso la implementación de una serie de prácticas económicas que ni siquiera los países más capitalistas habían osado aplicar como política pública. Los principales ejes de convivencia de la nación se transforman, en aras de la libertad, en servicios "elegibles" (salud, educación) u obligatorios (pensiones), pero sobre todo individualizados, lo que se transforma en característica primordial del país en las décadas siguientes. De fondo, estas tres áreas se transforman en negocios altamente lucrativos para entidades financieras e inversionistas que capturan las pequeñas fracciones de dinero, los transforman en volúmenes de capital y obtienen ganancias en el mercado global. Mientras, la matriz económica se mantiene extractiva y se profundiza. Las áreas minera, forestal, pesquera y frutícola son la extensión de una economía limitada a la exportación de productas de nula o escasa elaboración. Es dinero rápido para los grupos que tienen el capital, y no requiere mano de obra calificada.

Respecto de la violencia, la práctica fue cruel y sistemática, generando a nivel macro un ambiente de miedo, con la total cooptación de la libertad de expresión. Años más tarde, con la transición a los gobiernos de elección pública, la violencia macro deja de ser necesaria y el cese de su uso se utiliza como moneda de cambio para la generación de un estado de derecho. Sin embargo, el tejido de la violencia deviene en una serie de prácticas microaplicadas. Las personas, individualmente, quieren mantener su trabajo, y en la medida en que se mantenga un cierto tipo de conducta se obtienen beneficios a la medida, si no, ronda el temor de la cesantía. Militar en una agrupación que promueva el cambio social implica invertir tiempo en el que en realidad se podría estar trabajando para aumentar las entradas de dinero para el grupo familiar. La mujer también se implica en el mundo laboral, pero no como un elemento de liberación ante el patriarcado, sino para aumentar los bienes. Y trabajar más tiene mini beneficios. Se puede "tener cosas". La economía de escala hace lo suyo, creando "cosas", que me gusta llamar "bienes como si": o los bienes son adquiridos mediante deuda o son sucedáneos baratos de otros productos más caros. La obtención de estos "bienes como si" funciona como un programa de condicionamiento operante: entre menos se reclame y se ajuste al sistema, más "bienes como si" se podrá obtener.

¿Qué cosechamos hoy? Una generación de individuos acostumbrados a callar respecto de la calidad de sus trabajos (p. ej., Chile ostenta un 20% de sindicalización; la cantidad de profesionales con trabajos independientes es creciente), habituados al endeudamiento como mecanismo de adquisición de bienes, que han naturalizado la resolución/obtención individual de servicios mínimos como el agua, la energía, la salud, la educación, las pensiones, etc. El transporte también es individual, y por tratarse de un "bien como si", está enredado con la obtención de estatus social más que con la resolución de un problema colectivo de movimiento por el territorio o ligado al habitar. A propósito del habitar, la vivienda también es un "bien como si", y vivir cerca de personas con mejor bienestar económico se transforma en otro elemento de estatus social, lo que mueve al gran mercado inmobiliario por las sendas de la especulación global.

¿Ha mejorado la calidad de vida de los chilenos? Depende del chileno del que estemos hablando. Hay un 15 a un 20% de la población que ciertamente tiene capacidad para acceder de manera más rápida y fácil a los servicios y bienes descritos. El 80% restante, no. El problema es que a la hora del reconocimiento personal de a qué porcentaje se pertenece, la respuesta es difusa. Entre la ilusión de meritocracia y el realismo más pesimista, la conciencia individual debe dar cuenta de su posición en un tejido social tremendamente destejido. Las personas no son (somos) capaces de adjudicarse(nos) un rol más o menos claro en el escenario global, lo que impacta negativamente en los niveles de participación de pequeños grupos (familia y comunidad) y en la articulación estable de un sentido personal (salud mental individual).

Pero los psicólogos sabemos que esto no explica la salud mental individual, sino que apenas puede ser una versión de los hechos, una mirada al escenario. Para intentar dar cuenta del estado de la salud mental habría que inmiscuirse particularmente en dos sistemas sociales particulares: la salud y el trabajo. Por otra parte, y desde los niveles micro, habría que indagar la historia de los afectos de las personas.

Pero eso para otro día. Este es apenas un bosquejo inicial.

Ricardo I.

Rabia

Tengo rabia. Tengo la rabia larga y la alegría del comienzo. Y lloro de ver a mi padre temer y de ver a mi madre entrever. Porque la rab...