26 de octubre de 2005

Año de Dios

Hace días que no dejaba rastro, hace días que no dejaba esta huella en el camino, y los días se han sucedido rápidamente, como corresponde a los días más blancos o tibios de la primavera.

Porque de verdad que hay cambios. Y cambios muy grandes. La música ahora ocupa otro lugar en mi vida, y el teatro me dejó una quemadura profunda en los días que acaban de pasar. Y cómo no, el reencontrarme con amigos, el conversar con personas tremendamente trascendentes para mí, un viaje a Santiago para releer la historia, las vivencias cruzadas con nuevas melodías..., todo eso.

Las preocupaciones que fueron no dejarán de ser. Obvio. Hay personas que quiero que en sencillos encuentros, o en llamadas inexcrutables, me han hecho reflexionar. Además no falta la vertiginosa invitación diciendo "vamos..., levántate y sal de ahí...", y tantos otros pequeños detalles. Supongo que cada una de estas cosas no son más que parte de la totalidad de revelaciones divinas que estos meses me deparaban.

¿Por qué? Bueno. Cuento veintiséis inviernos. Y si le hago caso a la cábala hebrea, ese número es sinónimo de Jehová, porque Dios se manifiesta numéricamente en la plenitud de su Nombre-Innombrable (yod, he, vav, he: cada letra hebrea se corresponde con cifras que, en este caso, al ser sumadas, dan 26).

Entonces, en este bendito año de Dios, que todo siga su curso, como ha sido y como seguirá siendo. En el fondo, mientras caminemos, nos iremos dando cuenta de que todo sigue transformándose profundamente para seguir siendo lo mismo.

14 de octubre de 2005

Obra de arte

Nacimos para la vida, y también para la muerte. Hoy cuando me levanté, me di clara cuenta de ello, y no necesité verlo ni con el rabillo del ojo. Estaba simplemente ahí, la existencia toda custodiándome y cuidándome para un futuro que no conozco y que sólo capto de perfil.

Entonces me propuse que, de acá en más, trataré de que cada encuentro casual, cada cita con la risa, cada juego y cada palabra, sea una obra de arte.

Dirán que es muchísima energía o que es demasiado tiempo. Pero no. Tras cada voluntad de hacer que los actos (mis actos) sean totales, de vuelta me voy nutriendo, y cada palabra sincera que recibo en mis oídos me convence de que algo cambia (para bien) en estas vibraciones diarias, en estos ritmos persistentes que constituyen el alma.

Todo fluye. Estas palabras fluirán en la mente o en los labios de algún lector furtivo o de un asiduo recolector de anécdotas. Y el flujo permanecerá en su "estar siendo" a través de la memoria.

Hace casi una semana, sobre un escenario, desplegamos "Se wanted Joaquín Murieta", con la Compañía de Teatro "La Pituca". Hoy, mañana y pasado, de nuevo se desplegará la magia sobre las tablas.
¿A dónde puede llegar un hombre cuando las emociones traspasan su alma hasta reconstruirlo en la rabia o la venganza, en el deseo de recuperar el amor arrancado?
¿A dónde recuperar la calma, para volver a brotar?
Hay mucho cariño puesto en esa obra, mucho corazón. A quien me lea, que trate de ir a verla.


Desde el río.

Ricardo I.

6 de octubre de 2005

Sin dudarlo demasiado

Cuando las artes se congregan, la línea de la expresión resurge como agua cristalina. En estos días, me he cansado de expresiones, y hasta he sentido el ansia de que la comunión entre teatro y música sea más fértil o más fácil de lo que ha sido hasta acá. Supongo que es el punto en que las energías parecen abandonarnos, y el alma se me funde demasiado con la creación de que participo.

Este es uno de esos momentos en que el arte nos roba la calma. Pero nos dejamos robar, sin dudarlo demasiado.

Desde el teatro y la música

Ricardo I.

Rabia

Tengo rabia. Tengo la rabia larga y la alegría del comienzo. Y lloro de ver a mi padre temer y de ver a mi madre entrever. Porque la rab...