Son días inmersos en otros días. El fenómeno es irrepetible pero cotidiano: supongamos que tenemos un día cualquiera en que se procede al recuento de los detalles y rutinas del día anterior. Las coincidencias no son tales, sino repeticiones. Un fenómeno incide por sobre otro, pero no lo hace en conjunto con el cúmulo de detalles ignominiosos. Me levanto, entreabro los ojos, voy a la cocina, sólo pienso en el café que me espera, pero la taza y la cuchara son las mismas u otras, y sigue siendo el café de la mañana. En el momento en que me dirijo a tomar la taza no pienso en que sea la misma: sólo me inunda la sensación previa al agua tibia y al amargo caudal de cafeína que ayudará a mis sentidos a organizarse. Antecedo repetidamente (quizá lo hice ayer y lo volveré a hacer) la repetición del sabor, el olor, de la insuficiencia del azúcar, de la cuchara hurgando por otra porción para encontrar el ajuste. Cuando llego al tono deseado, cuando la anticipación coincide con el gusto o la imagen del café que estoy bebiendo, cuando se sincroniza la repetición y la coincidencia, me doy cuenta de que este café no es ni simple ni cotidiano, sino el mismo y para siempre reflejado contra sí mismo.
(Incluso, la imagen de mi nariz o de mi aliento en el oscuro reflejo no soy otra vez yo sino el mismo de siempre cambiando frente a mi café.)
Y luego el agua no es la misma, pero sigue siendo el mismo café de siempre. El agua puede ser incluso parte de mí mismo, pudo haber sido parte de mi mujer, de mi familia, de palestinos o judíos, de mar o de río. Sigue siendo agua y agua clara, corriendo como si sencillo fuera correr por entre las casas y volver. Hace un par de meses correr por entre las casas era un lujo o una estupidez, y mi ciudad se hizo lenta y apestosa por la falta de agua. El café no estaba.
Ese café que no estuvo, que nunca llegó a realizarse, quizá era de otra agua, derivó por otras cañerías hasta la repetición de la rutina de otras personas. Quizá se transformó en un café turco o un capuccino, en Estambul o en Toscana, y el mismo se repitió a sí mismo en el caudal de sus propios rizos repetidos y rememorados por otros tantos que, como yo, en un día cualquiera, proceden al recuento de los detalles y rutinas del día anterior.
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