Tengo rabia.
Tengo la rabia larga y la alegría del comienzo.
Y lloro de ver a mi padre temer y de ver a mi madre entrever.
Porque la rabia levanta las caras y enciende los pasos alegres, pero esto partió por la rabia.
Porque esta rabia refulge de nuevo en medio de la atrofiada aventura que significa vivir en los márgenes del mundo, y podemos reír de nuestra insignificancia, pero estamos sembrados de sufrimiento.
Sufrimiento que nos frustra. Tenemos rabia.
Pero veo a la otra generación, la que no esperaba jamás volver a vivir esto, cómo las calles arden, cómo sus sueños amenazan con truncarse.
Cómo nos mienten los que mienten y cómo se ríen en nuestra cara.
Esta rabia, eso sí, busca redefinir Chile.
Chile limita consigo mismo. Chile limita con sus propios demonios. Chile es un experimento de ahogamiento. Chile es una saga de villanos y superhéroes. Chile es una cadena larga de tierra junto a las montañas, prendido de rabia y de gente que sabe reír y de gente que llora y se ha transformado en esclava de su propio designio.
Chile alterna con Chile en su constante rabia de mirarse al espejo y no gustarse.
Tengo rabia.
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Rabia
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