Venir a Concepción es más que concebir una ciudad diezmada o desprendida de sus bases. Acá entornamos los ojos al visitante y terminamos por arrastrar el orgullo. "¿Sabías que la mitad de Chile está aquí, en Playa Blanca? ¿Sabías que el caldillo de camarones es quizá el plato más típico de nuestra zona? ¿Sabías que nuestra Plaza es de la Independencia, no de Armas? ¿Sabías que el puente sobre el río es el más largo en Sudamérica? ¿Sabías que estamos de espaldas al río porque éramos la última frontera antes de Arauco? ¿Sabías...?"
Tantas y tantas historias tenemos por contar. Algunas míticas fluctuaciones entre la historia real y lo que nos contaron nuestros padres y abuelos. Y sin quererlo, también evocamos las personales historias repartidas en la urbe.
Allí los besos y más allá abrazos tendidos. Amo mis recuerdos en las calles de Concepción: por allí la niebla, o las calles desiertas en momentos cómplices, o la desilusión en una acera brillante. Siempre las hojas, antes y después y más lejos que el otoño. Todos los recuerdos esparcidos en los senderos, y todos los soles que han sabido cubrirme o tenderme la mano. Toda, toda la lluvia, y las lunas exactas. El pasto tierno del multiverso, la promesa de la aurora, la negrura y la bohemia de un barrio estacionado, un rincón para terminar la noche y el regreso al hogar justo antes de la hora más oscura.
Y luego hablamos de nuestra música, de nuestro rock (de Bill Haley y sus Cometas, del nuevo estilo de baile, de Los Tres) y de nuestra cercanía al arte, a la crítica, a la independencia del pensamiento. Otra vez el orgullo, por ejemplo, ante La Radio que es nuestra y que jamás nos abandona. Y si nos preguntan explicamos todo, con toda la sinceridad que tenemos a mano, describiendo las cosas más recientes y las que se pierden en la memoria.
Cuando el visitante nos deja, el ejercicio que hacemos es tan bello como nostálgico: nuestra mente debe venir otra vez a Concepción, regresar desde la ciudad que nos dibujamos durante toda la vida para confrontarnos a la ciudad real, la que yace entre nuestros pasos cansados. Bello ejercicio le llamo porque, sin más que los recuerdos, nos asignamos el deber de entretejer la novedad a cada piedra rota, a cada madera desnuda, a cada callejón y arboleda.
Sigo en mi devenir. Concepción sigue latiendo. Veo a las personas y veo mis manos. Veo las palabras que ahora mismo escribo y veo de nuevo la locura de volar. Ese presagio es todo cuanto tengo para recuperar los sueños.
(Créditos a Yami-Katori por la imagen en mi Polaroid)
Un orgullo más: no se entiende el pasar de este relato sin la real magia de haber equilibrado los pies, toda una vida, en este sitio ajeno.
ResponderEliminarsolo la mitad de mi vida paso alla, pero cuanta lucidez hay en el relato... un beso amigo
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