(The Rite of the Strings: Clarke, Di Meola y Luc-Ponty)
Fue grabado en 1995, pero suena fresquísimo y delirante. Tanto, que tras mi recomendación (¡consígalo a como dé lugar!), me permito transcribir las palabras que derivaron de escucharlo detenido ante la inmensidad de la madrugada penquista.
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Me quedo en suspenso o detenido el tiempo suficiente para que todo se resuelva en vacío. Puedo hacer que las melodías retornen a mi neurosis. Renaissance, en el rito de las cuerdas. El abismo en el roce de la crin, en el fulgor de bordona quemándose, en la madera que canta.
Albergo esta madrugada otra vez como recuerdo y armónico de mi insomnio.
(Y con La Canción de Sofía, el conocimiento está en menores. La nombrada por esa aurora es una mujer de carne y carne, de hueso quieto. El rito no perdona, y tras la pausa se dibuja la textura de una niña que siempre quiso cantar su propia suerte.)
Mientras caen los acordes: voy resucitando de mi invierno. Tengo treinta y dos, y eso es bueno. Me quedan un siglo para seguir cantando, mi guitarra, y mi corazón porfiando. Quizás halle más razones. Quizás la línea de colores entre el horizonte y el porvenir baste.
Ricardo I.
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