No hay un espacio claro en el que deba escribir. Pero es una especie de fiebre que anida en los dedos, que se entromete de deseos. Trasciende la meditación. El problema radica en que la escritura en sí misma no deshace al autor, procurando rearmarse en los oídos de quien lee, como un mensaje que siempre es secreto, siempre es único, siempre es musical.
Todo idioma debiera deshacerse de sí mismo. Quizá dejaríamos de agrandar el bache interno con la mente.
El instante vuelve a temblar. Las letras son eternas al leerlas, y el olvido es forma de descanso.
Cuando alguien recobra las letras de entre el polvo y la red, el instante vuelve a temblar. Goethe hizo que su viejo e insatisfecho buscara ese entresijo, aún a costa de su alma. Yo digo que signó de modo penetrante lo posmoderno.
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