No. No ganamos.
Personalmente no gané.
Tampoco esperaba ganar. Eso sí, queríamos salir del miedo.
Verán: yo vivía en los márgenes, pero en unos distintos, en donde el
riesgo de vida era la norma. Se sumaba en aquel tiempo el Estado de
horror y la cesantía y las balas de noche y los allanamientos a las
casas al azar y saber que el vecino o conocido podía no volver y los
rumores.
Rumores de muerte.
Rumores de asesinato.
Rumores de alguien que supo.
Rumores de que nadie sabía nada.
Y decir que No a todo eso equivalía a la esperanza.
Queríamos la esperanza en lugar del miedo.
Y ese hombre que aún trabaja llamado papá salió a cultivar y compartir
la esperanza. Y mi hermana mayor apoyó el conteo paralelo (porque se
sospechaba el fraude). Y mi madre empedernidamente porfiada,
porfiadamente empedernida, auguraba que la crueldad caería de nuevo
sobre todos los que levantaban la voz. Y aún así elegía levantarla y
luchar como hasta ahora.
Y nos estremecimos en la noche con el resultado.
Y queríamos creer que algo cambiaría.
Algunas cosas sí. Otras no.
Seguimos en la misma desigualdad que nos iguala.
Pero hasta donde me puedo dar cuenta, pudimos salir del miedo. Habrían
días en que mi abuelo lloraría al ver al tirano entregar la banda a un
presidente elegido. Habrían días mejores. Habrían peores también.
Pero no.
No ganamos.
Así que sigo en el intento.
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