Hice mi espacio de madera, porque el metal ya no soporta la alteridad. Porque el metal quebrará nuestra paciencia y existir, y porque a pesar del agua (acogedora como un milagro, profunda y presente como el sueño y la palabra), veo cada vez menos ganas de sobrevivir.
Soy de los que creen que la humanidad cuenta con su propia destrucción como un preámbulo masivo a la importancia. Y allí descreo de la inmensidad de un ego infame y arrastrado por los siglos y las circunstancias. ¿Qué lugar, me pregunto, puede tener el orgullo en una ronda de 10 mil años? ¿De qué súbita estupidez o inflamable permanencia se vale el derecho privado y el competir sin pudores?
La ironía no alcanza para definir la paradoja. Por eso, y mientras pueda, reconstruyo mi espacio de madera. Un cubo para meditar y un trozo de madera para sobrevivir.
Sea otra vez
Ricardo I.
Soy de los que creen que la humanidad cuenta con su propia destrucción como un preámbulo masivo a la importancia. Y allí descreo de la inmensidad de un ego infame y arrastrado por los siglos y las circunstancias. ¿Qué lugar, me pregunto, puede tener el orgullo en una ronda de 10 mil años? ¿De qué súbita estupidez o inflamable permanencia se vale el derecho privado y el competir sin pudores?
La ironía no alcanza para definir la paradoja. Por eso, y mientras pueda, reconstruyo mi espacio de madera. Un cubo para meditar y un trozo de madera para sobrevivir.
Sea otra vez
Ricardo I.
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