No sólo educamos ciudadanos. En eso a veces el reclamo puede aparecer recortado. También hay un grito del alma, y se trata al mismo tiempo de una especie de melodía certera y repetitiva. El escritor Jorge Baradit ha escrito en El Post un par de líneas sobre esa sensación, y yo (humildemente) recuerdo aquellas líneas que escribí hace tres años, hastiado de las pseudo-revoluciones:
A esa luz me sumo. Que si cambiamos las cosas, sea haciendo carne las fuerzas de la historia.
Ricardo I.
Quiero que las cosas sigan igual.En aquel entonces, ante la perspectiva de la inutilidad de cualquier tipo de cambio, me ganó la desesperanza. Baradit en sus líneas invita a alentar la luz de lo casi perdido: la presencia constante de este sentimiento de que las cosas no son normales así como son, y pueden modificarse.
No quiero monarcas solucionándome las cosas. No quiero que los mercaderes me solucionen las cosas. No quiero soluciones militares. No quiero a Dios solucionando mis cosas.
No quiero que Santiago me solucione las cosas.
A esa luz me sumo. Que si cambiamos las cosas, sea haciendo carne las fuerzas de la historia.
Ricardo I.
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