Dejé que la tarde, nublada y en lentitud, quisiera compararse con el mediodía de sol que besó mis latidos. Reconocí el camino y el momento, y dejé que la nueva forma de entender las palabras me tornara a la calma. Y por supuesto, la tarde no supo repetirse.
(Atesoré entonces la noción de los labios, la tibieza, el rubor, la piel más allá de la piel, la promesa y la sonrisa, y la compulsión a reverberar en el tiempo anhelando los saltos al vacío).
Preví la noche sin impulso y sin prisas, y las horas a oscuras.
Sea entonces la lejanía y los misterios.
Ricardo I.
26 de mayo de 2013
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