22 de mayo de 2006

Microbús mayo tardío

Yo no sé si sigo en este oficio de deslindar paredes, de provocar desmanes, de asistir a mis propias experiencias visitadas por cualquier moroso lector. Después de todo, siento muy presente la improbabilidad de que alguien lea inmediatamente todo esto. No buscaré ni tiempos, ni referencias, ni apartados comunes. Ni siquiera procuraré la claridad que, dicho sea de paso, está para aumentar egos y abarrotar bibliotecas.

Sólo citaré hechos prometedores.
Miraste la ventana impaciente. Aire frío. Como retirando la mano para no congelarte de agravios o de recelos. Ahora, y ese es mi dolor, estás allí, lejana, enmascarada, en el asiento grasoso y soñoliento de este invierno inminente con rostro de microbús. Yo no sé verte ni tomarte ni repetirte en mi resto de jornada, pero por cuanto soñemos, será la oportunidad de verte otra vez, sin tocar siquiera las ventanas o mencionándote mentalmente la idea de afirmarte para no caer en el trayecto, como si fuera posible no asirse de la realidad cuando viajamos antes del sol...

Yo quiero ser el mismo que viajaba y miraba y pensaba estos vapores de lectura. Pero en ese instante era sólo la observación. Habitual caso, si se quiere.

Otro día antes de la suerte.

Desde las alturas de mayo y tardío
Ricardo I.

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