Cuando inicié mi afición de escribir este espacio, por allá por 2004, me las ingenié para realizar una crítica sobre el formato de pantalla, los contenidos que le constituyen, y la ausencia de contenidos clave. Hoy gran parte de esas ideas las he visto retratadas con la dramática situación de Japón, pero además con la interesante selección de contenidos que se ha producido a propósito del terremoto y posterior tsunami, y su efecto en el grado de horror vivido por la población. Y digo horror a propósito, ateniéndome a esa implicación de asco, repudio profundo, mezcla de temor y miedo que otra vez se apoderó de los ciudadanos.
Si el viernes 11 de marzo ud. prendía un televisor quedaba con una impresión de alarma en caso de ver canales nacionales, remitidos a la inminente evacuación preventiva, pero con golpes de efecto poco clarificadores que derivaban en un horror difuso y desconfiado ante la evacuación. En cambio, si ud. disponía de televisión por cable, podía darse cuenta que la verdadera prioridad era la alerta nuclear, cuando menos en gran parte de los medios extranjeros, y el horror era más preciso, profundo, casi apocalíptico. Y si ud. decidía apagar el televisor, podía volcarse a las redes sociales, ese quinto poder erigido en los últimos años, y saber noticias que no estaban en ninguna otra plataforma, y que bien podían horrorizarle o hacerle reír entre el espanto, y comentar críticamente la falta de luces de algunos personajes de los medios del país.
El horror estaba escalado al poder adquisitivo del propietario de las pantallas. Si ud. solamente disponía de acceso de medios tradicionales, no recibía mucha información útil (a no ser que oyera al correctísimo Marcelo Lagos de Televisión Nacional de Chile). Como en otras ocasiones, en lugar de eso (que sí lo hizo la radio, encarnada en Radio Biobío y ADN Radio Chile), la televisión abierta hablaba de generalidades.
Un contraste gigante con lo que realizó la mismísima NHK en Japón, con un segmento digital de emisión dedicado especialmente a enviar información del movimiento telúrico, de las cartas de inundación, de vías de evacuación apropiados, etc. Otra vez, cuando realmente se requiere, los medios de este país demuestran que, para que el horror disminuya (ese miedo infernal a la incertidumbre y a lo desconocido que descentra al ser humano), hay que desembolsar algún monto, porque los medios (gratuitos por cierto) no se caracterizan por la calidad.
Desde mi rincón
Ricardo I.
(Fotografía: Felipe Reyes, derechos reservados)
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