Algunos libros dirán que fue una mano contra la otra. Mencionarán al
pasar que la máquina de matar humanos se alzó contra su propio país. Los
más documentados dirán que el Imperio puso orden a su provincia más
lejana, en mitad de la insurrección. Y habrá razón y sentido en todo
eso.
Hay una película chilena llamada Machuca que resume en una
escena terrible y sencilla de qué se trató: Chile sufrió (y sigue
haciéndolo hoy) en el enfrentamiento entre quienes tenían mucho, los que
tenían algo y la incalculable masa que tiene nada. El poder no quiso
(no quiere) desequilibrios, y está entretejido con la base más cruda de
su origen, que es la diferencia de clases y la segregación.
Pero eso
es para los historiadores y sociólogos. En el vivir cotidiano, fue
miedo y dolor. A la hora de bajar a la carne, fueron horas de anestesia e
inseguridad bañadas en desasosiego. Todavía lo siento y me apreta el
alma. Valga esta memoria estampada en mi cuerpo por todos aquellos que
seguirán buscando respuestas sin descanso.
Nada está olvidado.
11 de septiembre de 2016
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