...,
y entonces oigo muchas voces reclamar y muchos rasgan vestiduras, y
culpan a Camila Vallejo, y a Piñera, y a Javiera Blanco, y a cuanto
granuja se les cruce, y luego alguien dice que las culpas no importan
porque lo que importa son los niños que han muerto.
Pero si nos ponemos serios, nadie dice la verdad, la verdad más cruda y que queda en la sombra: los niños del SENAME no importan.
Ya es bastante obvio decir que los niños en general importan hace poco en Occidente. Empezaron a importar quizá después de la Segunda Guerra Mundial, y la Convención Internacional de Derechos del Niño es de los 90. Eso de "el bien superior del niño" es un discurso que apareció fuerte recién cuando en mi generación varios cientistas sociales se (nos) estaban formando, pero todos veníamos de contextos y de historias propias y ajenas en que padres y abuelos relataban las golpizas, los castigos, la negligencia y el trato adultificador (comprar solo, andar solo, hacerse cargo de hermanos) desde que ya sabían caminar.
Y si buscamos antecedentes, nos encontramos con que los niños importaron algo cuando hubo trabajadores de la salud que lucharon por disminuir la mortalidad infantil y por la alfabetización inicial, por allá por los 60.
Pero más allá de eso, y sabiendo que generalizo, los niños del SENAME no importan. Y no importan hace décadas.
Porque los niños que importan vienen importando hace generaciones, y son aquellos especiales que recibirán algo al morir sus padres, y tienen padres que los defienden ("con mis hijos no te metas" dicen los defensores del bus naranjo acusando al Estado, pero rasgando vestiduras porque a los otros, a los niños cochinos y sucios del SENAME debería atenderlos el Estado...), y porque ya están asegurados en sus círculos sociales, ya sea porque estudian en Colegios de Excelencia que promueven la segregación o en Colegios de Élite que mantienen los lazos familiares a buen recaudo, para luego trabajar en algún lugar en que "les vaya bien" (eufemismo usado para expresar que alguien tiene poder o dinero, o ambos). Y mis hijos también están asegurados, porque son hijos de este mínimo porcentaje al que pertenezco a quienes les toca el mínimo de movilidad social que permite el sistema, y que es funcional al mismo para mantener la ilusión de que algo se mueve.
Pero, a pesar de Galileo, en este caso las cosas no se mueven. Los niños del SENAME no importan.
Porque no importaron cuando a sus padres ausentes algún traficante más rico le pidió que traficara, o no importaron cuando a sus madres las violaron sus propios familiares u otros, o no importaron cuando sus padres quedaron cesantes, o no importaron cuando sus madres trataron de llegar a Chile buscando "oportunidades" y sus familias en el camino se pauperizaron, o no importaron cuando sus padres buscaron trabajo en las mineras porque aquí en el sur pasaba nada.
Porque los niños del SENAME no importaron antes, antes de antes, cuando sus padres ya eran parias, cuando sus madres ya eran objetos, cuando sus abuelos ya eran trabajadores rurales sin educación oprimidos por patrones, o cuando sus tatarabuelos mestizos o mapuches perdieron tierras o suerte o la vida o todo a la vez.
Y dirán que divago y que ha habido políticas públicas, y les concedo que es así. Que estamos mejor que como estuvo. Y que hay instituciones en las que sin duda trabaja gente más valiente y menos cínica que yo. Es verdad. Algo hay. Bastante, a decir verdad, porque podría haber nada.
Pero no podemos olvidar que gran parte de esas instituciones son privadas y funcionan con lógica de mercado y por tanto terminan también pauperizando a los profesionales que allí se desviven y desloman y que gastan su entusiasmo y sus ilusiones en salvar a alguno. Lo logran. Lo he visto. Se puede. Pero lo hacen hipotecando su propia salud mental y hasta sus vidas personales.
Quiero que esos niños importen. De verdad. Ojalá alguna vez se logre, y sé que para ello se requiere mucho dinero (hay quienes hablan de un presupuesto de Educación entero sólo para el trabajo con infancia y adolescentes). Pero además de los recursos, creo que hay que abrir la mirada y entender que el trabajo por un SENAME que brinde dignidad y que funcione está casi al final de una serie de otros fracasos previos, en el que los cómplices abundamos.
Un abrazo a todas y todos mis colegas que trabajan en infancia. Les admiro por su dedicación.
Pero si nos ponemos serios, nadie dice la verdad, la verdad más cruda y que queda en la sombra: los niños del SENAME no importan.
Ya es bastante obvio decir que los niños en general importan hace poco en Occidente. Empezaron a importar quizá después de la Segunda Guerra Mundial, y la Convención Internacional de Derechos del Niño es de los 90. Eso de "el bien superior del niño" es un discurso que apareció fuerte recién cuando en mi generación varios cientistas sociales se (nos) estaban formando, pero todos veníamos de contextos y de historias propias y ajenas en que padres y abuelos relataban las golpizas, los castigos, la negligencia y el trato adultificador (comprar solo, andar solo, hacerse cargo de hermanos) desde que ya sabían caminar.
Y si buscamos antecedentes, nos encontramos con que los niños importaron algo cuando hubo trabajadores de la salud que lucharon por disminuir la mortalidad infantil y por la alfabetización inicial, por allá por los 60.
Pero más allá de eso, y sabiendo que generalizo, los niños del SENAME no importan. Y no importan hace décadas.
Porque los niños que importan vienen importando hace generaciones, y son aquellos especiales que recibirán algo al morir sus padres, y tienen padres que los defienden ("con mis hijos no te metas" dicen los defensores del bus naranjo acusando al Estado, pero rasgando vestiduras porque a los otros, a los niños cochinos y sucios del SENAME debería atenderlos el Estado...), y porque ya están asegurados en sus círculos sociales, ya sea porque estudian en Colegios de Excelencia que promueven la segregación o en Colegios de Élite que mantienen los lazos familiares a buen recaudo, para luego trabajar en algún lugar en que "les vaya bien" (eufemismo usado para expresar que alguien tiene poder o dinero, o ambos). Y mis hijos también están asegurados, porque son hijos de este mínimo porcentaje al que pertenezco a quienes les toca el mínimo de movilidad social que permite el sistema, y que es funcional al mismo para mantener la ilusión de que algo se mueve.
Pero, a pesar de Galileo, en este caso las cosas no se mueven. Los niños del SENAME no importan.
Porque no importaron cuando a sus padres ausentes algún traficante más rico le pidió que traficara, o no importaron cuando a sus madres las violaron sus propios familiares u otros, o no importaron cuando sus padres quedaron cesantes, o no importaron cuando sus madres trataron de llegar a Chile buscando "oportunidades" y sus familias en el camino se pauperizaron, o no importaron cuando sus padres buscaron trabajo en las mineras porque aquí en el sur pasaba nada.
Porque los niños del SENAME no importaron antes, antes de antes, cuando sus padres ya eran parias, cuando sus madres ya eran objetos, cuando sus abuelos ya eran trabajadores rurales sin educación oprimidos por patrones, o cuando sus tatarabuelos mestizos o mapuches perdieron tierras o suerte o la vida o todo a la vez.
Y dirán que divago y que ha habido políticas públicas, y les concedo que es así. Que estamos mejor que como estuvo. Y que hay instituciones en las que sin duda trabaja gente más valiente y menos cínica que yo. Es verdad. Algo hay. Bastante, a decir verdad, porque podría haber nada.
Pero no podemos olvidar que gran parte de esas instituciones son privadas y funcionan con lógica de mercado y por tanto terminan también pauperizando a los profesionales que allí se desviven y desloman y que gastan su entusiasmo y sus ilusiones en salvar a alguno. Lo logran. Lo he visto. Se puede. Pero lo hacen hipotecando su propia salud mental y hasta sus vidas personales.
Quiero que esos niños importen. De verdad. Ojalá alguna vez se logre, y sé que para ello se requiere mucho dinero (hay quienes hablan de un presupuesto de Educación entero sólo para el trabajo con infancia y adolescentes). Pero además de los recursos, creo que hay que abrir la mirada y entender que el trabajo por un SENAME que brinde dignidad y que funcione está casi al final de una serie de otros fracasos previos, en el que los cómplices abundamos.
Un abrazo a todas y todos mis colegas que trabajan en infancia. Les admiro por su dedicación.
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