Las presidenciales no escapan a esta lógica, y terminan transformándose en uno de los actos de renuncia masivos de mayor magnitud en cada país. Chile ha agregado otro elemento de pérdida en el camino, relacionado entre otras cosas con la dignidad de las personas, pero eso casi se podría decir que es parte de lo que la política trae aparejada al ser ejercida de tal modo que se trata de la pervivencia en el poder por sobre el uso justo.
Entonces, las elecciones en Chile generan un doble escenario: la pérdida transformada en opción cívica, y el ejercicio político que transforma el poder en masa móvil e inerte. En tales circunstancias, no es de extrañar que surja un espacio, una opción política asociada a la disconformidad.
Comenté hace un par de días en Curvas Políticas a propósito de la situación eleccionaria de Chile:
Estoy de acuerdo con que hay muchos concertacionistas [es decir, partidarios del bloque oficialista] que tienen una concepción troskysta de lo que significa la progresión (que no progreso) en política. Revolución permanente de la inquietud. Canalización inmediata del inconformismo con la realidad. Revisión de los propios supuestos para adaptarse. Ser capaz de vivir en desacuerdo consigo mismo. Esa actitud es letal para la lógica de la mantención del poder.
Lo que no alcance a mencionar es que esas mentalidades no están en los puestos de mayor rango de los partidos que conforman el bloque político, y tampoco son operadores políticos de gran influencia.
Estos inconformistas han generado una nueva área de discusión. Los partidarios del candidato independiente Marco Enríquez-Ominami se describen y son descritos como "progresistas" porque la idea de fondo es vencer la pérdida invariable de energía que nos heredó la termodinámica, y desequilibrar la suma de fuerzas políticas que arroja cero como resultado (me disculparán los cientistas sociales por mi lenguaje fisicalista). El zeitgeist nos impide una lógica discrecional entre neoliberalismo y socialismo, y luego de las lluvias de este fin de siglo sólo nos queda la esperanza de una actitud crítica, escéptica si se quiere, y la pérdida de miedo a la contradicción.
Comenté además en el mismo blog:
Y en ese escenario, el verdadero enemigo nunca ha sido la derecha, porque su lógica es, por decir lo menos "naive". Los votantes que vislumbran en Marco [Enríquez-Ominami] una mejor opción palpitan con la esencia de lo que fue Chile antes del Parlamentarismo, esto es, una tropa de disconformes, capaces de experimentar hasta el hastío con la certeza de la incertidumbre.
Por hoy, mantengo mis dichos de ayer. Quizá cambie de opinión en otras materias, pero sin embargo de aquí a diciembre ya tengo clara mi renuncia y mi decisión.
Ricardo I.
De acuerdo. Somos dos los decididos.
ResponderEliminarEl problema quizás este en el entrismo trotkista de algunos grupos progresistas, que terminan ahogandose en el extasis del mundillo al que se integraron pretendiendo cambiarlo... ahí quizás un psicologo social habria aportado bastante al viejo Trotky, ahorrandose incluso la sobredosis de fierro por la espalda...
Vamos que se puede!!!