Para hablar de opiniones basta opinar, es decir, hay que poder opinar, y dejar que lo que se pueda decir cobre significado. O sea, hay que tener poder de opinión. Paradójicamente, lo que se puede decir del poder es casi siempre para desequilibrar el poder tal como está. Cuando menos, para desmantelarlo.
Esto parece ser el proceso que vive aquel fenómeno tan diario y sobrexpuesto llamado “opinión pública”. Originalmente, se trataría de un concepto que nace con la modernidad, e implicaría la posibilidad de retroalimentación entre quienes detentan el poder (sea bajo la forma que fuere) y aquellos que viven los efectos del poder, gracias a que estos últimos están interesados en un tema particular, y poseerían criterios adecuados de juicio para provocar una reacción comunicativa. Esta vuelta de información permitiría la corrección de cursos de acción en pro del beneficio común.
Por ejemplo, un gobierno promulga una nueva ley. Asumiendo que el contenido de la ley es adecuado al contexto de la nación en la que rige, una vez que la ley entra en vigencia, la forma y/o aplicabilidad de la ley podría no resultar ser totalmente correcta, de lo cual nos enteramos gracias a los pareceres de quienes reciben los efectos de su aplicación. La totalidad de estos pareceres constituirían la opinión pública, y de su influencia como opinión surgiría el perfeccionamiento del curso de acción de la ley.
En la práctica, esto ocurre muy raramente. El proceso descrito es factible de ser interrumpido y, volviendo al ejemplo, puede suceder que nadie se entere de la promulgación de la nueva ley; o que nadie sepa como opera la nueva ley, advirtiendo o no efectos a partir de ella; o que el conjunto de pareceres de los afectados por la ley no se haga efectiva.
El mismo proceso ocurriría ante la declaración de un personero público, la decisión de una institución (sea pública o privada) o la política asumida por un conglomerado político. Cada vez, quienes resultan “tocados” por los efectos de un accionar socio-político, en la conjunción de sus pareceres pueden realizar (en el sentido de hacer real) la opinión pública, modificando el acontecer previo a la emisión de la opinión. Y cada vez, el proceso puede ser interrumpido en algún punto:
- El ocurrir de un accionar socio-político no es informado de manera pública.
- El ocurrir de un accionar socio-político es informado parcialmente, creando incertidumbre en torno a su funcionamiento y/o los efectos que genera.
- El punto de vista de los implicados en el accionar socio-político no termina constituyendo opinión pública porque se elimina, omite o distorsiona el contenido de su parecer.
Pero hay dos elementos que conciernen a los implicados que también pueden ser motivo de interrupciones en este proceso de retroalimentación:
- Primero, el factor capacidad, que se relaciona con la posible inhabilidad de los implicados para participar del proceso.
- Segundo, el factor motivación, ya que puede ser que los implicados no tengan interés en participar del proceso.
En resumen, toda esta descripción, apunta a la responsabilidad de tres grupos humanos para que exista opinión pública: los que ejercen el poder, los medios de comunicación, y los ciudadanos.
Hay muchísima literatura, de analistas y científicos, de periodistas y líderes políticos, que han descrito cómo funcionan los primeros dos grupos mencionados, cómo se subordinan los unos a los otros, cómo se perpetúan en sus posiciones de privilegio, etc. Todas esas descripciones revelan que el tercer grupo humano mencionado, o sea la ciudadanía, es quien tiene la responsabilidad de provocar o generar eventuales modificaciones en este escenario que a ratos luce siniestro, y a ratos como el mal necesario para que la sociedad continúe de manera más o menos coherente.
Para que esta responsabilidad se haga concreta, la ciudadanía tiene que considerar los dos factores que mencioné más arriba:
- La ciudadanía tendría que desplegar su capacidad de opinar y articular sus opiniones. Intentar opinar, juntar opiniones, canalizar opiniones, contrastar pareceres en torno a temas que le conciernen.
- La ciudadanía tendría que volcar su interés en torno a estos temas, procurar la buena información o la información completa, tratar de difundirla, analizar datos y aplicarlos a su vivencia cotidiana.
Estos son dos movimientos de un mismo baile. No podría darse una cosa sin la otra, de tal manera que la opinión sea pública, fluya y traiga realidades a la mano. Antes de pensar que no va a funcionar, lo que falta es la confianza en el intento por construir opiniones.
Por último, me gustaría señalar que creo que esta construcción de opiniones desde la ciudadanía empieza con temas muy domésticos y locales. Empieza por revalorar lo que pasa en las pequeñas comunidades de personas (barrios, poblaciones, villas, sectores, etc.), que es donde pueden ocurrir cambios, difíciles al principio, pero que al mismo tiempo asientan el hábito de ser y hacerse responsables de los caminos que tomemos como colectivo de mayor envergadura.
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