7 de noviembre de 2005

Antes del día nuevo

Tras las luces, tengo estos días por delante. Algo así como cesantía es lo que me pasa, pero no es cierto del todo. Tengo cosas pendientes en el trabajo. Necesito estas horas relajadas y seguir trabajando como si nada, pero es apenas el comienzo.

¿Viajaré? ¿Dormiré? En realidad no tengo idea. Estas horas por venir son similares a la vida, pero no son la vida en sí misma. Las horas vividas son las que se llenan de esperanza, las que brotan del aliento de una conversación casual o urbana. Lo incidental es lo que nos llena la vida, en realidad. No hay más ultraje que tener todos los cálculos sobre la mesa para creer que se es feliz cumpliendo con los calendarios o las pirámides exactas. Los milagros ocurren cuando nos libramos al azar, y por ello es que el calendario se hace hermoso al ser olvidado, y las pirámides se hacen precisas cuando por encanto dejamos que surjan como una forma nueva en el paisaje.

Alonso, mi compañero felino, me observa. No se ríe ni se entristece. Él sólo contempla esta habitación con la sabiduría de un sacerdote pagano y con los colmillos de una deidad egipcia. Luego respira y deja que el tiempo sea tan plácido como lo permita el escalofrío que le recorre mientras lo invade el sueño.

Creo que seguiré bebiendo estas horas. Por si acaso, antes del día nuevo, aparece algún plan irrealizable que pueda establecer en las horas que vienen.

Desde el delirio

Ricardo I.

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