22 de noviembre de 2005

Claro, porque no puede ser de otra manera.

Asimilo tesoros con estas luces. Pálidamente, el desierto me sonríe.

Son días góticos estos, o tal vez de una calma inusitada y ojival que me recuerda aquellas torres vistas en una enciclopedia hace años. Lo más lejos que he llegado es hasta el centro de esta América sureña, así es que no sabría decir mucho más que. Sé que si apuesto pierdo todo, porque el escenario no es acogedor, e invita a desprenderse.

Y eso es lo que quiero.

Que me perdone la noche, la niebla, las gargantas que esperan que grite por ellas, las sonrisas aledañas y las tristezas simbólicas (otrora calladas o eternas). Esta vez no habrá más callejón que el de un irreconciliable enmudecer de paisajes. Una candente señal o milagro se muestra en plena algarabía. Es la hora de la revelación.

Soy feliz, eligiendo la aurora. Soy feliz, porque elijo que mis recuerdos sean la cura de todas las heridas, no la causa de toda la pena. Soy feliz porque he sido sincero con mi presente, mi pasado, lo que me espera.

Soy feliz, simplemente. Claro, porque no puede ser de otra manera.

Saludos a quienes han sido y siguen siendo parte de esta eternidad.

Ricardo I.

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