La mejor Estatua de la Libertad no es una escultura monumental rodeada por la mar, ante el Battery Park de Nueva York. La mejor Estatua de la Libertad es un gato sentado en el que hasta que llegó a casa creíamos que era nuestro sillón preferido. Vamos, en su sillón. Los gatos saben siempre escoger el lugar matemáticamente exacto donde causan más molestias a quienes, qué ilusos, se creen sus amos y que acaban comprendiendo que la mejor regla de urbanidad que hay que mantener en nuestras relaciones caseras con estos personajes es la paciencia.
El gato es un monumento a la independencia. Cada gato es Simón Bolívar y el General San Martín en una sola pieza. A un gato no se le puede enseñar a coger una pelota, porque no admite amos ni reconoce dueños. El gato desaparece cuando quiere, vuelve cuando quiere. (...)
Los gatos, jacobinos, librepensadores, revolucionarios, ácratas, destronan reyes a cada instante y ocupan sus tronos en forma de sillón favorito. Libertinos ejércitos siempre en combate, invaden incluso los más secretos rincones del vestidor donde la hasta entonces dueña de la casa creía que guardaba a buen recaudo sus pañuelos de seda o sus bufandas de lana, tan cálidas para dormir una siesta sobre ellas. El gato lleva dentro una Guía Michelín que le dice sin error posible dónde están los tres soles del lugar más confortable de la casa.
Nadie ha podido domeñar a un gato, amaestrarlo con domas y habilidades. Nadie ha podido apacentar un rebaño de gatos. Nadie ha transportado cargas en recuas de gatos, ha logrado que los gatos tiren de carruajes, arrastren trineos por la nieve o corran en disputa para que los hombres se jueguen su dinero. No ha habido titiritero capaz de hacerlo bailar sobre dos patas al son de un tambor.
Alguien que ama a estos felinos (como yo) ha escrito esta entretenida apología, de la cual presento un extracto. El texto completo se puede ver aquí. Las fotos conseguidas, las publico mañana miércoles.
Saludos a todos.
Ricardo I.
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