4 de abril de 2006

Dos libertarios...

Bueno. La cosa está en jugar ¿sabes? A veces se portan mejor. A veces, quién diría...

Pero otras tantas veces, bueno sólo hay que decirles "amén". Después de todo, son ellos los que mandan. Son como las palabras: son ellos los que suben y los que bajan, los que escogen el camino y el dueño, el pavo o el pescado. A veces es un largo "Rrrrrrrrrrr..." y otras veces es la total indiferencia.
Entonces, dan ganas de convertirse en uno. Ojalá con todas las de la ley, y salir peludamente a navegar los pastos, los jardines, los entretechos, los tejados, las panderetas que siempre colaboran en establecer rutas alternativas, alfombras majestuosas para tan eternos reyes domésticos.
Hay que concederles la magia de su mirada: nadie mira las cosas como ellos. O quizá, hay que envidiar francamente su elegancia ineludible (por más que lo intenten, se nota de lejos que provienen de familias finísimas y perdidas en la noche de la aristocracia de mayor abolengo...).
Tampoco nadie puede llegar a adivinar qué es lo que les quita el sueño. O qué es lo que se los provoca, tanto y tan intensamente. Pero debe ser la libertad, la verdadera libertad que les recorre, bigote tras bigote, hasta salir a correr tras la vida.

Desde la Abadía

Ricardo I.

PS: El de arriba es Don Nino, el gato inmenso de una mujer inmensa. La otra es la Srta. Filomena, la novedosa felina que inunda con su cola los rincones de mi casa.

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