20 de julio de 2005

Experiencia

En lo que no se resume de este mes de julio (nuevo año, nueva edad, nueva estela de cosas, nuevas lluvias, mil otras novedades que no enumeraré), me veo obligado a las precisiones. Puede ser el aire de creación que rodea este mes lo que me empuja a hacer un alto. Retornar como quien descubre una montaña que ha llevado a cuestas hace ya un largo tiempo.
Sucede que soy seducido por las palabras, los sonidos que despacio se adentran en mi sentido. Y sucede que mis palabras terminan enardeciendo los horizontes, levantando plegarias, haciendo volutas en el aire o fuegos sin artificio, seduciendo oídos. Sucede que me envuelvo en el encanto de los signos y termino enredado entre apasionadas formas de significar la vida.
Sucede que podría conversar tardes enteras con la llama de los ojos más oscuros relumbrando en mi memoria, y más tarde no perder la raíz que me invento con los sonidos de una guitarra para seguir estando en el lugar de las sonrisas al alba.
Sucede que podría dedicar varias horas a un corazón desterrado de emoción, para enarbolar en su temblor de sangre nuestra condición de fragmento bendito por estar en esta orilla apartada del cosmos.
Me arrebato de este julio eterno para imaginar que sólo ayer los árboles se despidieron de las hojas, y que basta una mañana simple para colapsar de nuevo en verde los paisajes.
Silbando bajito y con frío.

Ricardo I.

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