19 de julio de 2005

Contra ese momento

Imagina que voy caminando en tu dirección. Entonces no sabes bien quien soy, y me pierdo entre la multitud que camina alrededor. Digamos que es de día, y para no perder más detalles, podría bien suceder que tengas deseos de tomar un café (a esta hora nos empieza a gobernar el sueño, así es que no nos hacemos ilusiones de una charla intensa junto a la estimulación del grano aromático, y lo terminamos imaginando como un regalo solitario a nuestra propia persona en mitad de la tarde).
Tras un par de pasos aparezco ante tu vista. Una cuadra aún. Al principio soy solo mi ropa, pero décimas de segundo después soy también mi rostro y mi entrecejo. También soy los reflejos que llevo hacia adelante y que se acercan a los tuyos. Ensayas una sonrisa que sin quererlo se convierte en el acto definitivo, y muerdo el anzuelo.
Sonrío también. Sólo nos queda el asfalto y un par de personas entremedio.
Luz roja.
En ese momento se te viene a la memoria todo lo que habías imaginado hacer, y lo desechas abruptamente. "Y ahora...", te dices, fingiendo inocencia y falta de albedrío, pero sin convencerte totalmente de la conveniencia de no opinar o dejarse llevar.
Contra ese momento me elevo antes de hablarte. Me acerco aún más, al borde de la acera. No podemos eludirnos ya, porque adivinamos que en cualquier momento se declara lo primero, y tras la apariencia de incidentalidad barajaremos los verdaderos motivos. Yo me acomodo el cabello, tu lanzas una última mirada a los vehículos que se cruzan o a los que están por interponerse en los metros que faltan.
Cambio de luz.
De ese instante, luego tendremos un vago recordar de impaciencia o de sorpresa mal disimulada. Y ahora, antes de hablarnos, tenemos un silencio blanco. Uno sin luz y blanco, a flor de sonrisa. Y contra ese momento encerraremos lo que signifique algo dentro nuestro, para explicarnos la vida. Contra ese momento estrellaremos circunstancias, sin terminar de aferrarnos a la casualidad, y esperando (no hay otra manera) a que las distancias cumplan su cometido.
Y que sea lo que sea.


Ricardo I.

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