Puedo ser el viento que abrace el tiempo incandescente. Y más aún, faltarme a mí mismo, como de lejos, en mi hastío. Puedo ser este mes que se retira, o la luna que se llenó imperceptiblemente de mi intensa duda y de las palabras. Podría declararme como un pecado a punto de cometerse, o como sombra que busca el escenario perfecto para la medianoche. Puedo retener lo exorbitante de estar despierto y contigo, sin ti y en la niebla, perdido en tu mano, arrojado a tu boca, recibiendo tus átomos, extorsionando a la tarde para verte venir nueva y sideral.
Seré todo cuanto podría nombrarte, lo peor y lo que me falte por ser, y quizá otra vez lo mejor que quede de mí.
Mientras tanto, no seré todo eso, sino el deseo. Un músico a punto de viajar a su nueva partitura. Un arquitecto edificando el vientre más terso. Un escultor de delicadas manos de papel. El pincelado trazo de un pintor trenzado con su propia tela. En fin: seré el incauto corredor de un bosque nocturno e iluminado, que esconde las lágrimas y recoge la clara madrugada..., para despedirse y ser sólo lo que tiene que ser: el rostro del amor inusitado y sin palabras.
En plenilunio
Ricardo I.
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