Hay una piedra en la que el sol entra como si fuera un invitado, marcando para siempre el giro perenne de nuestro planeta. Hay una piedra entre todas las piedras, señalada y sin marcas. Hay una piedra, feroz como un megalito, que marca una noche y un día en medio de todas las jornadas.
Equinoccio: aquel momento en que lo mismo dura la luz y la oscuridad, y finalmente se impone la fecundidad. El momento en que la piedra deja de lamentar su abandono y sobre ella surge la flor. El momento esperado en que las Gracias danzan en mitad del bosque, inaugurando el ciclo. El momento que Eros ansía ferviente (como un novio misterioso) junto a las puertas de la morada del Alma.
Equinoccio: aquel momento en que el Sur recapacita sobre su vocación de verdor, y disfruta abriendo las mañanas con una brisa nueva y cálida, despampanando a las mujeres y hombres que amanecen en su paisaje.
Valga para todos un buen inicio de este ciclo. Sea la danza de los astros, de los corazones, o de los átomos...
Desde el desorden y la armonía
Ricardo I.
21 de septiembre de 2005
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