Con la inminencia de la primavera se ajustan los ritmos a un compás distinto. Hace poco comentaba con un par de colegas cómo es que la luz es la que regula nuestras actividades, cómo influye en los estados de ánimo y las decisiones, en la perspectiva que tomamos del día. Además, recordé y comenté en esa conversación cómo es que los mayas aseguraban que la unidad de tiempo mínima para los humanos es el día (no las horas), y cómo la sincronización que podemos llegar a establecer con ese ritmo natural de vida puede mejorar nuestro funcionamiento.
Hoy los ritmos son olvidados. A veces preferimos inventarnos luces en mitad de la noche, para extender las energías. Otras veces nos mentimos y tratamos de burlar a nuestro cuerpo a través de sustancias, y otras veces tomamos la droga del deber y nos olvidamos de nuestros deseos. Y las excusas son miles.
Y más tarde sucede que perdemos la capacidad de leer lo que nuestro cuerpo (o sea, lo que uno mismo) quiere. Es tan poca la práctica, que ya se nos pierden los códigos, las señas y los signos.
Escribo estas líneas para mí y para todos. Para aquel que desee de nuevo internarse en su propio ritmo e impregnarse de su danza constante. Para aquel que prefiera mirar de nuevo su tiempo como una cadencia cirdadiana y siempre presente, cuya partitura refleja la vida.
Desde mi melodía
Ricardo I.
13 de septiembre de 2005
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