Cuando miro el inicio del día, me doy cuenta que todo comenzó antes, en los sueños, y puedo transformar este camino en una certeza.
La secuencia es simple: abro los ojos, y segundos después suena el despertador, lo apago, me prometo cinco minutos que se transforman en siete, y decido poner un pie fuera de la cama...
(En ese instante recapitulo todo lo soñado, y sonrío ante mi emborrachada forma de pararme y anhelo el agua tibia de la ducha).
Camino a la ducha me sorprende la agenda mental, las cosas del día: recordar, trabajo, recordar, almuerzo, recordar, música, recordar, música, recordar...
Pero nada sucede todavía. El día sigue ahí, a punto de comenzar.
Desde estas horas
Ricardo I.
23 de septiembre de 2005
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