1 de agosto de 2005

Y digo

Tuve que esperar que fuera de noche. Me fatigó, es cierto, pero antes no lo hubiera entendido.
Hay capítulos de vida que se cierran y dejan su huella como una horadación sobre la roca. Hay los que se levantan y desordenan lo cotidiano. Y los menos brillantes y fugaces, con clara pretensión de mayor importancia. Y los más tumultuosos como una brizna de fuego, que sin disimulo se repiten.
Y hay un capítulo único y silencioso que no termina de contar lo que desea, y esconde el final como en una mano muda. Es el mismo que inyecta inquietudes cuando germina la semana o cuando se marchita la anterior. El capítulo prohibido de una leyenda antigua y hecha de olas gigantescas y correrías por el bosque. Es el trecho que falta antes de caer totalmente, suspendido en el vacío.
Y ese capítulo (debo decirlo) sólo se calma y se entreabre con la llave más apropiada. Pero no es mi llave ni mi sueño, ni mi nube ni mi arranque, sino la flor de la que sólo queda el nombre y que nos permite besar solamente la gota de rocío que por ella cae. Es el venidero estreno de un alivio, o el ronco palpitar de una canción callada.
Y sólo cuando traté de permanecer junto a mi cerradura supe que no tenía que insistir. Me sobrecogió la realidad, la cálida tibieza de estos días, las alegrías truncas, las penas no determinadas por la aurora, la agonía de los planetas extranjeros.
Ahora me dejo sonrojar por la arcilla, y como dijera Miguel "me peina el viento los cabellos" y dejo que corra por ahí porque no me preocupa más que caminar y continuar desterrándome, sabio y feroz, muerto de mí. Ahora me dejo ruborizar, justo cuando es de noche, y tuve que esperar, como digo yo mismo, a que la hora fuera la precisa, para darme cuenta y entender que no puedo prender completamente la llama de mi pureza.
(No es que me quede vacío o sin pronombrada fama. Ella depositó hace tiempo, muchísimo tiempo, una rueda que gira al pensar lo adecuado. Y como de sueño será la cubierta de este viaje sobre lo dicho, entonces digo lo justo antes de permanecer callado. Y digo en cuerdas de nuevo la canción que nadie escribiera para develar los misterios.)

Y justo cuando comienza este mes de tejados me arrastro sobre los techos para recuperar mi albedrío.
Que vengan los días y las horas con sus instantes.

Ricardo I.

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