Las cosas que surgen sin que las preveamos son las que más nos pueden iluminar: ayer por ejemplo, por el camino que siempre me lleva por las mañanas saludo a todos los perros que desperezan el frío y el hambre ladrándole a los transeúntes.
En esto, aparece un perro negro, nunca antes visto en estos lados. Negro completo, y delgado como un galgo. Se cruza en mi camino. Luego se adelanta, se vuelve y me mira, mientras sigo avanzando.
De pronto se cruza tras mis piernas, solo para chocar conmigo. Una especie de juego. Nada más. Luego sigo caminando, y sonriendo por la broma que me jugaba este repentino invitado.
Seguí mi rumbo. Y ahí fue cuando se me cruzó el pensamiento mágico de que esta compañía no era casualidad, que no era cosa de cualquier momento de la vida. Y pensé que si me volvía la magia se completaría.
Volví mi rostro para adivinar instantáneamente que él no estaría. Sólo había la calle y algo de viento moviendo un árbol. Eso y su ausencia patente, como de libro antiguo, como de cuento vivido y narrado a los hijos de los hijos. Justamente, un cuento hecho para la felicidad.
Saludos con frío.
Ricardo I.
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