Primeramente, la sinfonía Op. 18 de Alonso Crespo.
Adagio-allegro, natural y sencillamente terrestre, apegado a la tierra. Andante sostenuto, dejando huella de un destiempo entre las cuerdas.
Allegretto, como un largo sueño.
Adagio presto, fructífero. Sueño al fin. Recuerdos de tierras recorridas por quienes caminan sin querer por esta América sin terminar de asombrarse.
Luego, Rachmaninoff. Concierto nº 2.
Desde el moderato supe que sería difícil no sentirme involucrado. El piano me arrastró suave, al inicio, para luego atender mi letargo y contarme su historia, la que esconde lo suave y lo perenne.
Allí, de pronto, adagio sostenuto.
(... sonrío por ver el rostro de un hombre ensimismado y añorando, contemplando el concierto, y descubro con perplejidad que ese hombre soy yo...)
Allegro scherzando. Rachmaninoff hace que caiga en su juego de "adivina hacia donde voy y te encontrarás con un océano de pasiones buscando crear algo nuevo", para luego ser el sonido, yo mismo, las teclas, una caída hasta un vacío intenso en la cual estaré solo de nuevo, como antaño. Pero eso será mañana.
Ahora, sigue scherzando..., agitando el cambio de tono, revolviendo sostenidos.
Finale.
Encore?
No, una pieza improvisada, de regalo.
Un saludo desde el balcón.
Ricardo I.
14 de agosto de 2005
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