Miro atrás.
Allí está mi huella perdiéndose.
Adelante está la risa, la propuesta por lanzar. La senda mejor. Y a ella me entrego.
Que me inunde el asombro.
Mi hermana tiene que trazar un camino. Yo también. Mis días se transformaran en un sol gigante y justiciero. Lo sé.
De columnas de fuego y de señales de humo pueblos enteros hicieron su esperanza. Yo me la inventaré con la primavera.
Se vienen días de música suave, de cantares alegres, de descomunales variaciones sobre las cuerdas. Hay que dejar el alma en la melodía. Allí renacerá otra vez la vida.
Desde lo cotidiano
Ricardo I.
31 de agosto de 2005
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