Cuando encuentras el acorde preciso, sabes que la melodía funcionará a pesar de cualquier opinión. Porque en realidad, la línea se improvisa. El compás siguiente no lo damos nosotros, lo va pidiendo el tiempo y el camino.
Para que la música que (nos) importa sea realmente venturosa, profecía de momentos más plenos o hermosos, tiene que nacer. Y para eso, palpitar y dar fuerzas. Tiene que salir de ahí, del corazón, para que no se estanque. Tiene que salir de ahí, del miedo o la alegría, de la esperanza o la tristeza, para que se haga vuelo radical o suavísima expresión de lo que susurra nuestra alma.
Para cantar y bailar. Para que la danza continúe.
Ricardo I.
24 de agosto de 2005
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