Y claramente fue la aurora. Fue la luz de la estrella matutina, el lucero vespertino, la lengua de pirámides que se conjuga, para decirnos cómo lejanos estamos, y cuánto de recordar nos queda. Te encontré hace unos días y encontraste mi sombra.
Es el viento, también el corolario de una frase. Sin tiento y con denuedo, apresurando la brisa. Sin palabras y faltándome el aliento.
Claramente fue la aurora, el rocío de finos dedos, y no bien hubo amanecido pensé en ti, en haberte conocido recién y en mandarte un mensaje silencioso: aquí siempre estuviste y estarás en otro rincón de cualquier esquina muda.
Desde la eterna incertidumbre
Ricardo I.
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