Batió sus alas la noche sobre los estambres resecos. Llovió, oportunamente.
Luego nada.
Asiduo a los presagios, abrí las nubes de mi horizonte para entrever. Más lluvia.
Luego, nada.
Entregué mis horas. Resta el silencio. Sobre mis hombros un planeta enmudece.
Y luego, nada.
Estoy bien. Estoy bien. Permanezco aquí. Sinceramente, deseo tu abrazo. Y tu abrazo.
Y luego, ya nada.
Me ocupo de tu pena, porque late en mis ojos cristalina como un médano de arena.
Y para luego, ya nada.
(Vienes a mi mar, que sigue levantando oleaje. Sé que vienes. Nada.)
Desde mi silencio.
Ricardo I.
13 de agosto de 2005
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